Uruapan, el eco de un país que no protege a sus valientes
- César Esparza Ramón|BCNoticias

- hace 3 días
- 2 Min. de lectura

La muerte del alcalde Carlos Manzo revela la profundidad del abandono institucional en el México que intenta sostener la esperanza entre velas encendidas
La noche del primero de noviembre, mientras el país celebraba la vida a través de la muerte, Uruapan volvió a sentir el frío del plomo. Carlos Manzo, alcalde electo con el voto de una ciudadanía cansada de los pactos silenciosos, cayó asesinado en medio de una festividad que debía unir a las familias y no recordarles su fragilidad.
No fue un ataque aislado, sino el retrato más descarnado de un Estado ausente, donde los gobiernos locales se enfrentan solos al monstruo del crimen organizado.
Manzo había hecho lo que pocos se atreven: desafiar a quienes mandan sin rostro y sin ley. Desde que asumió el poder, advirtió que gobernar en Michoacán era caminar en la cuerda floja. Lo sabía, y aun así decidió no ceder. Su discurso no era de miedo, sino de resistencia. Su muerte, sin embargo, deja al descubierto la misma herida que nunca cierra: la violencia política como parte estructural del poder.
Cada asesinato de un servidor público se vuelve una prueba del tamaño real del Estado mexicano. No bastan discursos de condolencia ni promesas de investigaciones que terminan empolvadas.
La pregunta que debería atormentar a la clase política no es quién jaló el gatillo, sino por qué los gobernantes que defienden la legalidad están condenados a morir por ella.
Uruapan no sólo perdió a su alcalde; perdió un símbolo de dignidad. Las velas que iluminaban esa noche se transformaron en metáfora: luces pequeñas resistiendo en medio de una oscuridad que parece interminable.
Cada ciudadano que asistió al festival fue testigo de la paradoja mexicana: el país que honra a sus muertos, pero que no cuida a sus vivos.
El crimen contra Carlos Manzo exige más que justicia; exige reconstrucción. Significa repensar la protección a los gobiernos municipales, garantizar cuerpos policiales confiables, fortalecer la inteligencia local y, sobre todo, recuperar el sentido ético de servir al pueblo sin que ello implique una sentencia de muerte.
El miedo no puede seguir marcando la frontera del poder. Si el Estado no aprende a blindar a quienes lo representan con honestidad, pronto nadie querrá ocupar ese lugar. Porque en México, ser valiente no debería equivaler a ser mártir.
Hoy, Uruapan guarda silencio. Pero en ese silencio resuena una pregunta que trasciende sus calles: ¿cuántos Carlos Manzo más necesita este país para despertar?





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